Leonor Mauvecin
Libro de Elena
A Elena Oroná, mi nana.
En la
mirada de quién nos ha amado se disuelve el olvido
Diana Bellessi
Pequeños peces luminosos me fue entregando Elena en
sus relatos. Traté de salvarlos del impiadoso río del olvido, retenerlos en
lo vivido, conservar el fuego y la
memoria del fuego.
Nació en San Francisco del Chañar,
vivió como pupila en un convento
ayudando a las monjas para pagar sus
estudios y su comida. A los 13 años vino, como tantas niñas en aquellos tiempos, a trabajar en la casa de mi abuelo y desde
entonces compartió nuestra vida.
Con los años llegó también a mi
casa Doña Aurora su madre ya
anciana, criolla acostumbrada a los
rigores de la vida y la soledad, desde entonces se convirtió en mi abuela más
amada.
Elena y Aurora construyen el poema , con
alegría , con dulzura y
generosidad me lo ofrecen anudado en
cada uno de sus relatos , descubrirlo y reconocerlo desde las
carencias y las riquezas, es
encontrar la poesía en el rostro amado.
En ellas, y a través de ellas, con sus voces, surgieron
estos versos.
La niña
I
SON
LAS ALAS DEL VIENTO
Son
las alas del viento, las que hablan
las
que murmuran
como
oscuras mariposas arañan mi piel
pero
yo la perfumé con alcanfor y eucaliptos
para espantar los males.
Y
para espantar los dolores, bebí poleo,
ruda y ajenjo
en
medio de la noche.
He
bebido la noche en medio del silencio
He
bebido el silencio en medio de la soledad.
Pero
el silbido del viento me recuerda:
-estás
sola.
El
silbido canta al oído una canción secreta:
-Eres
mi hija- me dice. [1]
Y yo, no lo quiero escuchar
II
EL
EXTRAÑO
Ese hombre
sentado a la mesa del bar
a la mesa del
bar que está frente a la plaza.
Ese hombre me llama.
Ese hombre dice:
-Vení negrita, yo soy
tu padre, ¿sabés?
(Si fuera mi padre me hubiera
dado el nombre)
Qué puedo saber yo,
de ese hombre.
De nombre extraño
De ese hombre sin
nombre
De ese hombre
sentado a la mesa del
bar
a la mesa del bar que
está frente a la plaza.
III
SE AHONDA EN LETANÍAS
LA TARDE
Se ahonda en letanías
la tarde y el sol es un surco.
La niña de los ojos pardos,
Elena.
La del pelo rojo ensortijado,
reza y espera.
Espera y no sabe.
Detrás de los cercos
de los chañares
Elena, su abuela y su
madre
en la casa en sombras
solas
tres mujeres ven
morir la tarde.
IV
ELENA
Elena, Elena
me llaman los
pájaros.
Elena soy yo.
Corro con mis pies
descalzos
juego
y un polvillo fino se
levanta en el patio.
Bailo en remolinos.
Cristales que danzan.
- Es la tierra seca
que envuelve a la
niña en un manto de nácar -.
V
RECOJO TUNAS EN EL
ALBA
Recojo tunas en el
alba
antes que el sol
despierte en los chañares.
Miles de alfileres
pequeñitos duelen en las manos.
Recojo tunas
amarillas en el alba roja
Frescas, con perlas
de rocío
y las guardo en mi
pollera blanca.
Dulce tesoro que me
ha tocado en suerte esta mañana
-¡Cuidado con las
espinas Elena!
No hay miel sin
aguijones
ya lo dijo mi madre
VI
CON LOS TINTES
INDELEBLES DEL MONTE
Con los tintes
indelebles del monte, teje.
Con sus raíces.
Verde claro en el haz
verde grisáceo en el
envés
y el amarillo
en la hebra
que escribe en el
telar un poema antiguo.
Trama que ella urde al calor de la tarde
a la sombra de la casa,
al calicanto, en el patio.
Tierra dura, sal en
la lágrima, sobre la lana áspera.
Áspera como las manos
de mi madre
que tejen
con todo lo que falta.
VII
RAMO
Llueve bajo una luna
de verano
y atardece.
Miro la luz huidiza
y quiero hacer un
ramo
con estos pétalos
húmedos:
verbenas
pasionarias
siemprevivas
y unos gajitos de
santa Lucía
Florcitas silvestres
que recojo en el campo
antes que la noche
me deje en penumbras.
VIII
FRENTE A LA
PLAZA
Frente a la plaza, hay un lugar
donde la magia ha
hecho maravillas.
Allí soy Alicia en el
país del asombro.
“La Juguetería ” se llama, y
don Garzón sonríe
¿Cuánto cuesta? -pregunto.
Y la muñeca me mira
con sus ojos de vidrio
con su ropa de seda.
¿Cuánto cuesta?
Don Garzón sonríe y
el bebote llora
su cara es de loza,
su boquita quieta.
¿Cuánto cuesta?
¿Cose? –pregunto- y
bordo en el aire
con puntadas menudas, flores imposibles.
Detrás de la ventana la tarde se oscurece
¿Cuánto cuesta? -Pregunto
Hurgo en mis
bolsillos y ofrezco
piedras de colores.
IX
AZÚCAR
Cruje
es papel de estraza, rústico
y blanco.
Cruje
y envuelve el azúcar.
(Es un paquete
pequeño con dos orejitas)
Cruje
y en mi boca
todo es agua dulce
cuando mi madre
regresa a la casa.
X
TIERRA AJENA
Es una casa prestada.
Tiene una sala pequeña
y una ventana
donde el sol se asoma
por las tardes .
y el aljibe, me regala su agua clara.
Miro pasar la vida por la calle
y los días, son un manojo de pasturas
que devora el tiempo.
Sin embargo
he plantado algunas
hortalizas en esta tierra ajena
algunas siemprevivas para no olvidar, cuando me vaya
el camino hacia la
casa.
XI
La mentira tiene patas cortas -dijo mi madre.
Pero fue cuando sentí
el corazón
en el cucharón de la sopa,
el aroma
del pan recién
partido en el agua de la boca.
Cuando mentí, dije:
Quiero ir al convento madre, las monjas me necesitan.
Seré feliz –dije.
Y se quebró la
palabra en retazos de silencio
y fue el destierro.
Como desentierran los
bulbos de Narciso en otoño.
Como se desprende la
cebolla del manto de la tierra
con su bolsita de
lágrimas.
Elegía en las manos
vacías de mi madre.
Elegía en la boca
vacía.
Mi madre dijo:
-La mentira
tiene las patas del hambre.
XII
MANZANAS
En el patio del convento, en el silencio de la
siesta
limpio con la escoba el piso de tierra.
Limpio
y a la sombra, en el
perfume del verde, en el gorjeo:
las manzanas.
Ajena fruta prohibida
en el jardín recoleto.
Recuerdo entonces
antiguas historias
otros jardines, que
me cuentan las monjas.
Cedo a la tentación
Escondo la fruta en
el regazo
la pobreza
cubre mi culpa, con
sus manos.
XIII
MIEDO
El sol es un manto
deshilachado en la siesta.
Dibuja sombras
escuálidas en la maraña del monte.
Un chasquido, un
grito seco. Seco y ahogado
-Alguien golpea -digo
-Alguien golpea los piquillines[2]
–dice mi madre
Y una lluvia de
manzanas dulces y pequeñas
alfombran la
tierra.
Es la iguana hambrienta,
que desea y golpea.
-Es
del diablo -digo y me persigno.
Con su cola, golpea y me llama
.
XIV
DULCE DE DURAZNOS
Tierna lozanía en el agua de ceniza
los duraznos
maduros.
Cristales de azúcar en
el calor de las brasas
el almíbar.
Abrillantan soles en los frascos de vidrio
con un carozo
escondido.
Se ocultan entre la
loza blanca
entre los zapallos y
los oscuros ajíes
y las naranjas.
Adrenalina en
mis manos en la siesta.
Dulce regalo
el placer
hurtado del armario en
la cocina.
Pero la avaricia del
convento
tiene un cuerpo
que ondula y serpentea
se viste de
sentencias
como un eco
como la campana de la
iglesia, repite:
-El infierno tiene el color de los duraznos.
Saco la lengua, la
paso por mis manos
por la comisura de la
boca y pienso:
Dulce
sabor tiene el pecado.
XV
En el margen, me siento
a salvo.
La correntada pasa
por la calle y lleva
hojas, ramas,
insectos muertos.
Las orillas se
desgranan
como se
desangra el tiempo.
En medio del rumor
Salobre, amarronada,
la tormenta
ha vuelto turbia
el agua clara.
XVI
QUIENES SOMOS
Fuimos con mi madre
al monte
a buscar tomillo,
para perfumar el mate.
La tierra nos
concede hierbas olorosas.
Un té de poleo para reconciliarse
con la vida
en la mañana.
Y en la casa
en la penumbra fresca
de las tapias
crece la yerbabuena y
la menta para alegrar la tarde.
Es la tierra, que
hechizada en el verde de las hierbas
vuelve a nosotras
y en su sabor amargo,
en su perfume
nos recuerda quiénes
somos.
XVII
UNA VELA ME ALUMBRA
Una vela me alumbra
y traza signos ilegibles
en la noche.
Su luz cubre mi
cuerpo
juega en mi almohada.
Su luz.
Su mortecina luz.
Su escasa luz.
Su pobreza, tenue
me alumbra y sin
embargo
las sombras juegan en
el cuarto
y me dan miedo.
Pero la luna
baja, sigilosa
y duerme en mi cama
como un gato.
XVIII
CARIDAD
Las damas de caridad
llegaron con sus
atados de ropa
y sus cajas
y nosotras
en fila
mirándonos las manos.
Una blusa, una camisa
para Juana
Un pulóver, un saco con
agujeritos de polilla para Ester
Un osito sin ojos
para Lucía
Un zapato con hebilla
plateada para Inés
-¿Una muñeca para mí?
(Una muñeca bonita, blandita de trapo.
Una muñeca para dormir bien)
-No,
no, un saquito de lana para Elena
un saquito de
lana le vendrá bien.
XIX
EL MONTE
Molles
algarrobos
chañares y talas
cactus y jumes
verdolaga salada
jumecillo, jume
blanco
vinagrillo
cachiyuyo
espinillo
quebracho y
mistol.
Es el monte
que ofrece, aleteos
de pájaros
laberintos de luz
sobre la hierba
fresca, estrellas que juegan
con mis pies
descalzos.
A lo lejos, entre
churquis
los cardales violetas.
Juego a ocultarme en
el follaje
agreste
y hechizada.
En esa plenitud
mi soledad, desnuda, se
enriquece.
XX
UVITAS DEL CAMPO
El monte es hirsuto
como mi pelo
pero en él los
espinillos
se perfuman en
pompones dorados
y mientras cruzo el
sendero que lleva al corral
me regala, uvitas del
campo
perlas traslúcidas
que endulzan los labios.
XXI
La abuela ha recogido
el zapallo en la huerta.
Ha pelado los
choclos.
Juego a desgranarlos
como pepitas de oro.
Mezclo los granos y
la leche tibia
y el cuenco sabroso
del zapallo los guarda.
Y a la lumbre de las
brasas
al rescoldo, mi madre
los cuece.
Siento alegría de
fiesta esta noche.
El aroma de los
frutos de la tierra invade la casa
trepa por las paredes
de adobe
baila entre las vigas
de quebracho.
Chispas de estrellas
en el fuego
y la abuela, en la penumbra cuenta.
Cuenta y su palabra
es pan entre las brasas.
XXII
AURORA
A Doña Aurora Oroná
Cuentan que mi madre nació
con el alba.
Cuentan que su madre
la envolvió en lienzos blancos
y la guardó como al
pan recién horneado
en el canasto.
Cuentan que miró el
horizonte y vio el amanecer.
Cuentan que estaba
sola
que extenuada
reclinó su cuerpo
y la nombró:
Aurora
Aurora
XXIII
HERIDA
Dicen que los hombres
te dejan seca y árida
ni tu familia te
reconoce luego
ni las hojas vuelven
a crecer por donde pasan
No ha visto m’hija
que hasta los pájaros
se espantan en el monte
cuando hachan
y dejan la tierra
herida y chata.
XXIV
En mi lecho blando, en mi vientre de paloma.
Glauce Baldovín
Me regalaste una flor
de algarrobo de engañoso perfume.
Me diste de comer el
fruto amargo y su sabor oscuro penetró mi cuerpo.
Tu pelo, viento rubio, enmudeció mi boca.
Tus ojos y mis
párpados guardaron la memoria
en una membrana ciega
donde todo se olvida.
Pero defendí, sin embargo, esa flor de algarrobo
en mi lecho blando
en mi vientre de paloma.
XXV
TRAMA
Trama que tejo en el
borde del alba.
Urgida de luz.
Ávida.
Acoplo el sueño en el
hueco de la espalda.
Desdoblo el cordón y
trenzo el límite.
Más allá de la muerte
inmortales primaveras
celebran la cópula
en el oficio de la
magia.
Allí donde sólo, el
misterio de la carne y el alma.
Luna redonda y
cargada.
Luna de agua.
Donde bebe el que
duerme sueños del alba.
Donde está el
calendario de la estirpe.
Donde el fruto cumple
su ciclo.
Donde se teje la
trama.
Más, más allá del
festín que la convoca.
Más, más allá.
-Urdimbre de mujer que crea
en el vértice carnoso de la entraña-.
XXVI
MI PECHO
NEGRO
¡Oh! mi niña
Demasiado débil mi
brazo para protegerte
Demasiado escasa mi
mano para tu boca.
Yo, mujer de nadie
¿Cómo podría alumbrar
tu sueño?
Cómo no beber de mi
pecho vacío
de mi pecho negro
tanta soledad.
XXVII
CORDÓN
Desde el nacimiento,
han pasado los días.
Húmedo de lágrimas, el cordón no se seca.
Lo cubrí con hojas y una lluvia fina de ceniza y azúcar.
He rezado el rosario,
todos los misterios
y un ramito de flores
he llevado a la iglesia.
Encendí las velas que fabriqué con el sebo
pero pasaron los días
y el cordón no se seca.
Llevé la niña al
monte y hablé con los árboles
y marqué su
piecito en la corteza del molle.
Y la herida suave y el tatuaje en el tronco
se secaron de a poco.
XXVIII
TODAS LAS PALABRAS
En la madera del
telar
en su dureza
los hilos de la
urdimbre se tensan.
Y yo, madre
con manos silenciosas
dibujo para mi niña
en una trama suave
todas las palabras
que no sé decir.
XXIX
DESATÉ LA TRENZA
Recorrí los bordes prolijamente.
Detuve el corazón.
Trencé con los dedos
cada diástole.
Hurgué hasta el fondo
de la noche.
Hasta el último
recodo.
Hasta el abismo.
Y desaté la trenza
sobre el alba.
XXX
AUSENCIA
Tejo la trenza
sobre el costado
izquierdo de mi cuerpo
sobre el pecho.
La vida te ha llevado
lejos, pero el fuego en el brasero
donde canta la pava
para el mate
huele, como siempre,
a tomillo y a poleo.
Y estas manos
rigurosas, trenzan la ausencia.
Trenzan el silencio.
Se me enturbian los
ojos de nostalgia
mientras tejo y destejo,
la trama de mi pelo.
XXXI
ESPINA
Cómo me duele la
ausencia
espina
arañando la tarde.
Cómo me nace el sueño,
bordándome la blusa.
Y lloverá el silencio
y como una bruma el
aire.
Un surco
tu perfume,
abierto en plena calle.
XXXII
ÁNGELUS
A la hora del ángelus.
Dios te salve…
La casa huele a
ceniza.
Llena es
de ausencias y vacío.
Gracias
te doy
por la leche tibia que bebió
y esa lana suave
para su
manto
que urdieron mis manos.
¿El señor?
En mi corazón que
sufre.
Es contigo
la soledad, la distancia,
la pobreza.
Bendita tú eres
luz de mis ojos,
florecida
entre todas las mujeres
Y bendita eres
mi niña
El fruto de mi vientre
Elena
XXXIII
Entre mi abuela y yo
se ha levantado un
muro de silencios.
Es la distancia.
Es la vida -me ha
dicho- es la pobreza.
La vi alejarse.
Era cada vez más
pequeña
tan pequeña, sacudiendo
su pañuelo humedecido
que pude tomarla
entre mis manos
y guardarla en mi
corazón.
XXXIV
ESPEJO
La ciudad es un lugar
extraño
Los ruidos quiebran
en astillas el silencio
La gente de la calle habita
cuerpos sin rostros
Ahora
duermo en una cama de
sábanas muy blancas.
blancas como alas de
pájaros ausentes
pero me miro en el
espejo de la sala
y no me reconozco.
XXXV
TRINO FURTIVO
La luz primera de la
tarde
Sostiene, a duras penas,
la intemperie.
El ruido de motores
me confunde
me abruma
y escucho el eco
fugaz de un aleteo.
Cae plomizo el cielo.
Pierdo mi rostro
entre la bruma.
Extravío el corazón
entre los pasos.
Y me salva
el trino furtivo de
aquel pájaro
que abre un espacio de
sol
en mi ventana.
XXXVI
LÁGRIMAS
Hoy he recogido mis
lágrimas
en un cántaro oscuro.
Las guardé debajo de la cama.
Me lavé la cara
alisé el pelo
y puse en mi boca
la mejor sonrisa.
He dejado ahogados
en ese cántaro
los recuerdos.
XXXVII
VERGÜENZA
Mi madre tejió para
mí
un vestido.
Lo tiñó con el marrón
claro de la algarroba
y el verde de los
pastos
y en cada uno de sus
pliegues
hilvanó, su vergüenza
de mujer sola.
Yo desaté los
hilvanes y ovillé el hilo
y con esa lana áspera
áspera como mis
manos
tejí un manto de
vergüenzas
que me cubre los hombros
y la
espalda.
XXXVIII
PUNTO
SOMBRA
He
bordado la tarde en punto sombra.
El lucero, apenas,
dibuja su sonrisa.
Llevo
en el hilo un peso desmedido.
El
ojo de la aguja, llora, oscuras amapolas.
Ojos
de sombra perforan la nostalgia
y mi silueta
puntada a puntada
lastima el percal.
Urdimbre de mujer que
borda.
Desdoblo la tela,
sobre el revés
en el trazo de la sombra.
Descreo y creo.
XXXIX
TEJIDO
Tejo
en la noche, urgida de sol
secretas
desnudeces.
Punto por punto
avanza elástica la trama,
fiel al alba.
- Uno arriba y otro
abajo -.
Enredados.
Punto por punto, gime
la trama milenaria.
- Uno arriba y otro
abajo -.
La noche que es mujer,
teje.
A pesar del aire que
rasguña la piel.
A pesar de la sombra.
La
noche traspasa la aguja
por
el ojo blando de la lana
y
escucha:
- Uno arriba y otro
abajo -.
Más
allá del sonido
el aleteo.
XC
HE DEJADO EL AMOR
PARA MÁS TARDE
He dejado el amor
para más tarde
el tiempo es un
tesoro que no me pertenece
La casa es una boca
que absorbe.
Es un mar, inmenso y tumultuoso,
que me ahoga
y no sé nadar.
Hundo las manos en el
agua jabonosa
y relucen las sábanas,
blancas, debajo de la espuma
y dibujo sueños en el
agua.
Froto el corpiño, las
enaguas, los encajes ajenos
la seda me adormece.
Un perfume a lavanda
un perfume a mar que
no conozco
trepa por mis manos
hasta la cara y la sonroja
desciende hasta el
vientre vacío. El perfume
es una serpiente
que anida, secreta,
en mi cuerpo dormido.
XCI
SILENCIOS
Cargo sobre la
espalda
el silencio.
Agobiada
de tanto.
Y sin embargo
mi boca
deshojará palomas.
XCII
EL TIEMPO DEL AMOR
El tiempo del amor se
ha ido
como el agua
como las hojas, se ha
ido.
Como la escarcha y
sus estrellas de hielo
ésas que pintaban de
blanco los corrales
con
las cabritas dormidas
en aquellas
madrugadas de la infancia.
El tiempo del amor,
se ha ido como la bruma
que se eleva sobre la
tierra caliente en el invierno.
Y ahora es invierno
Y cruje entre mis
brazos la soledad
y sin
embargo
otras voces
voces de niños, tan
ajenos
como aquellas
cabritas de la infancia
endulzan el silencio.
XCIII
PALOMAS DE HARINA
Le doy forma y me creo Dios
Glauce Baldovin
Mis manos son palomas de harina cuando amasan.
Vuelan sobre la mesa,
dibujan un nido
pongo allí los huevos,
y la blancura
acuna el sol y la vida,
como una moneda dorada.
Estiro la masa, hundo
las manos en ella
le doy forma y me creo Dios.
Un perfume a monte
ahúma la tarde.
Un olorcito a pan
invade la casa.
Entonces
como un aroma suave, me consuela
el olvido.
XCIV
MANOS
Miro las manos
memoriosas y en ellas
el trazo del
tiempo
La derecha es un pájaro
cansado.
Entre sus plumas lleva escrito todos los trabajos
las noches con sus
sombras
y el agobio en el
surco vacío de la mano.
La izquierda, es un
pájaro que sueña
aletea en la línea
infinita
y teje al crochet, un laberinto de flores silvestres
con una aguja ciega.
Juntas, son dos alas
que bailan. Buscan el sol.
Recogen el maíz, el mijo,
las semillas.
Y cuando amanece
las gallinas, los benteveos
y los gorriones
comen
de mis manos.
XCV
MILAGRO
Las dolencias han
venido con el tiempo
y el viento del otoño con su aroma, trae a la memoria la Jarilla
el perfume milagroso
de la hierba en la infancia
y a la monja Dominga.
En el silencio de la
siesta la recuerdo:
Curaba los dolores
Con el agua hechizada de ternuras, aromada y
bendecida
con flores de
jarilla.
XCVI
BELLEZA
La belleza está
escondida
en algún rincón de la
casa y del paisaje.
Yo la he tomado
prestada.
La envolví en un pañuelo
y la perfumé
con hojitas de menta
y flores de lavanda.
La guardé en un
bolsillo de mi blusa
para llevarla conmigo
a donde quiera que
vaya.
XCVII
PECES
LUMINOSOS
La vejez me ha traído
los dolores
y una transparencia
de ojos, y un andar cansino.
He ido perdiendo en
el camino algunas cosas.
Pero la vejez me ha
enriquecido de recuerdos.
Son pequeños peces luminosos
que salvo
del impiadoso río del
olvido.
XCVIII
ALJIBE
En el fondo del pozo
hay una niña que me mira
tiene el cabello
ensortijado y rojo.
Nos hemos hecho
amigas.
Acerco la mano y toco
sus dedos
desde el fondo del agua,
me sonríe.
Para decir tu nombre
PARA DECIR TU NOMBRE
Inventaron mi boca
para decir tu nombre
Juan Gelman
Elena Oroná, mujer,
madre sin hijos
de hijos muchos
Madre, de mi madre
niña vieja.
¿Qué silencios callaron tu boca
cuándo un surco, el
dolor, abierto en el costado?
¿Qué alquimia tus
manos, que convierten en oro la tristeza?
¿Quién te dio a beber
de la pureza?
Aquí cierro este libro, en octubre del 2011
-a tus noventa años-
que fue escrito para decir tu nombre.
Nombre de mujer y en tu nombre, todas las mujeres.
Nombro tu luz, y en tu sonrisa la alegría.
Boca flor nacida en el laborioso oficio de la vida.
LA VOZ DEL INTERIOR: RESEÑA DEL LIBRO DE ELENA DE LEONOR
MAUVECIN
Dos Homenajes se conjugan en este nuevo libro de
Leonor Mauvecin : uno literario y otro personal .El literario lleva el nombre
de Glauce Baldovín. En el epígrafe Leonor reconoce su deuda "A glauce
Baldovin y su libro de Lucía , que me reveló la poesía en el rostro amdo"
El
personal se vincula precisamente con ese rostro amado que también tiene nombre
Elena Oroná , la nana , la mujer que cuidó a Leonor cuando esta era niña
y a quién ella reconoce como ..."madre sin hijos de hijos
muchos"
Elena
habla en el poema a través de Leonor y los poemas conforman una
historia de vida, una biografía poética donde el sabor y el perfume de lo
cotidiano de la vida de una niña que vivió su infancia en la tercera década del
siglo 20 se van filtrando costumbres , rituales, labores y situaciones
concretas de una edad perdida .
Carlos Schilling (diario
La Voz del interior)
Elena, Elena/me llaman los pájaros./Elena soy
yo./Corro con mis pies descalzos/juego y un polvillo fino se levanta en el
patio/Bailo en remolinos.
Cristales
que danzan./- Es la tierra seca/ que envuelve a la niña en un manto de nácar -.
Fantástico libro. Griselda Rulfo
ResponderEliminarGracias Griselda!!!
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