martes, 24 de febrero de 2015



Leonor Mauvecin



Libro de Elena
                                  









                                                                  A Elena Oroná, mi nana.

                                























  En la mirada de quién nos ha amado se disuelve el olvido
                                                                     Diana Bellessi

  
             Pequeños  peces luminosos me fue entregando Elena en sus relatos. Traté  de salvarlos  del impiadoso río del olvido, retenerlos en lo vivido, conservar  el fuego y la memoria del fuego.
            Nació en San Francisco del Chañar, vivió como pupila en un  convento ayudando a las  monjas para pagar sus estudios y su comida. A los 13 años vino, como tantas niñas en aquellos tiempos,  a trabajar en la casa de mi abuelo y desde entonces compartió nuestra vida.  Con  los años llegó también a mi casa Doña Aurora  su madre ya anciana,  criolla acostumbrada a los rigores de la vida y la soledad, desde entonces se convirtió en mi abuela más amada.
          Elena y Aurora construyen el  poema , con  alegría , con  dulzura y generosidad   me lo ofrecen anudado en cada uno de sus relatos , descubrirlo y  reconocerlo desde  las   carencias y las  riquezas, es encontrar la poesía en el rostro  amado.
En ellas, y a través de ellas, con sus voces, surgieron estos versos.

             


             


             
                                                                        









La niña





      




I

SON LAS ALAS  DEL VIENTO

Son las alas del viento, las que hablan
las que murmuran
como oscuras mariposas arañan mi piel 
pero yo la  perfumé con alcanfor y  eucaliptos
                                             para espantar los males.
Y para espantar los dolores, bebí  poleo, ruda y ajenjo
en medio de la noche.
He bebido la noche en medio del silencio
He bebido el silencio en medio de la soledad.

Pero el silbido del viento me recuerda:
-estás sola.
El silbido canta al oído una canción secreta:
-Eres mi hija- me dice. [1]
                  Y  yo, no lo quiero escuchar



II


EL EXTRAÑO 


Ese hombre sentado  a la mesa del bar
a la mesa del bar  que está frente a la plaza.
Ese hombre me llama.
Ese hombre dice:

-Vení negrita, yo soy tu padre, ¿sabés?

(Si  fuera mi padre me hubiera dado el nombre)
                                           
Qué puedo saber yo, de ese hombre.

De nombre extraño

De ese hombre sin nombre

De ese hombre
sentado a la mesa del bar
a la mesa del bar que está frente a la plaza.


                

                          



III

SE AHONDA EN LETANÍAS LA TARDE

Se ahonda en letanías la tarde y el sol es un surco.
La niña de los ojos pardos, Elena.
La del pelo rojo ensortijado, reza y espera.

Espera y no sabe.

Detrás de los cercos de los chañares
Elena, su abuela y su madre
en la casa en sombras
solas
tres mujeres ven morir la tarde.

















IV
                

ELENA


Elena, Elena
me llaman los pájaros.

Elena soy yo.

Corro con mis pies descalzos
juego
y un polvillo fino se levanta en el patio.

Bailo en remolinos.

             Cristales que danzan.

- Es la tierra seca
que envuelve a la niña en un manto de nácar -.






 



V
          

RECOJO TUNAS EN EL ALBA
        
         
Recojo tunas en el alba
antes que el sol despierte en los chañares.
Miles de alfileres pequeñitos duelen en las manos.

Recojo tunas amarillas en el alba roja
Frescas, con perlas de rocío
y las guardo en mi pollera blanca.

Dulce tesoro que me ha tocado en suerte esta mañana

-¡Cuidado con las espinas Elena!

No hay miel sin aguijones
                       ya lo dijo mi madre


                                    
VI


CON LOS TINTES INDELEBLES DEL MONTE


Con los tintes indelebles del monte, teje.
Con sus raíces.

Verde claro en el haz
verde grisáceo en el envés
y el amarillo
         en la hebra
que escribe en el telar un poema antiguo.

Trama que ella  urde al calor de la tarde
a la sombra de la casa, al calicanto, en el patio.
Tierra dura, sal en la lágrima, sobre la lana áspera.

Áspera como las manos de mi madre
     que tejen
             con todo lo que falta.



VII


RAMO


Llueve bajo una luna de verano
                                    y atardece.
Miro la luz huidiza
y quiero hacer un ramo
con estos pétalos húmedos:
verbenas  
pasionarias
siemprevivas
y unos gajitos de santa Lucía  

Florcitas  silvestres
que recojo  en el campo 
antes que la noche
                           me deje en penumbras.
















VIII


FRENTE  A LA PLAZA


Frente  a la plaza, hay un lugar
donde la magia ha hecho  maravillas.
Allí soy Alicia en el país del asombro.
La Juguetería” se llama, y don Garzón sonríe
¿Cuánto cuesta? -pregunto.
Y la muñeca me mira con sus ojos de vidrio
con su ropa de seda.
¿Cuánto cuesta?
Don Garzón sonríe y el bebote llora
su cara es de loza, su boquita  quieta.
¿Cuánto cuesta?
La Singer es  pequeña, colorada y deslumbra.
¿Cose? –pregunto- y bordo en el aire  
con  puntadas menudas, flores imposibles.
Detrás de la ventana  la tarde se oscurece
¿Cuánto cuesta?  -Pregunto
Hurgo en mis bolsillos y ofrezco
                      piedras de colores.



                             


IX            


AZÚCAR


Cruje
es papel de estraza, rústico y blanco.
Cruje
       y envuelve  el azúcar.

(Es un paquete pequeño con dos orejitas)

Cruje
      y en mi boca
     todo es agua dulce
cuando mi madre
     regresa a la casa.


          
X


TIERRA AJENA


Es una casa prestada. Tiene una sala pequeña
y una ventana
donde el sol se asoma por las  tardes                     .
y el aljibe, me  regala su agua clara.

Miro pasar  la vida por la calle
y  los días, son un manojo de pasturas
que devora el tiempo.
                             Sin embargo
he plantado algunas hortalizas  en esta tierra ajena
algunas  siemprevivas para no olvidar, cuando me vaya
el camino hacia la casa.


















XI


LA MENTIRA


La mentira tiene patas cortas  -dijo mi madre.
Pero fue cuando sentí el corazón
en el cucharón de la sopa, el aroma
del pan recién partido en el agua de la boca.

Cuando  mentí, dije:
Quiero ir al convento madre, las monjas me  necesitan.
Seré feliz –dije.
Y se quebró la palabra  en retazos de silencio
y fue el destierro.
Como desentierran los bulbos de Narciso en otoño.
Como se desprende la cebolla del manto de la tierra
con su bolsita de lágrimas.

Elegía en las manos vacías de mi madre.
Elegía en la boca vacía.
                Mi madre dijo:
-La mentira
   tiene las patas del hambre.


                 


               

XII


MANZANAS  


En el  patio del convento, en el silencio de la siesta
limpio con  la escoba el piso de tierra.
Limpio
y a la sombra, en el perfume  del verde, en el gorjeo:
                          las  manzanas.
Ajena fruta prohibida en el jardín recoleto.

Recuerdo entonces antiguas historias
otros jardines, que me cuentan las monjas.

Cedo a la tentación

Escondo la fruta en el regazo
la pobreza
cubre mi culpa, con sus manos.


              


                            




XIII


MIEDO


El sol es un manto deshilachado en la siesta.
Dibuja sombras escuálidas en la maraña del monte.

Un chasquido, un grito seco. Seco y ahogado

-Alguien  golpea -digo

-Alguien  golpea los piquillines[2] –dice mi madre

Y una lluvia de manzanas dulces y pequeñas
                                          alfombran la tierra.

Es la iguana hambrienta, que desea y golpea.

-Es del diablo -digo y me persigno.

                      Con  su cola, golpea y me llama
                                                          .
                                     


                    



XIV


DULCE  DE DURAZNOS


Tierna lozanía en el  agua de ceniza
 los duraznos  maduros.
Cristales de azúcar en el calor de las brasas
 el almíbar.
Abrillantan  soles en los frascos de vidrio
con un carozo escondido.
Se ocultan entre la loza blanca
entre los zapallos y los oscuros ajíes
                                                y las naranjas.
Adrenalina en mis  manos  en la siesta.                                                         
Dulce regalo
                el placer 
hurtado del armario en la cocina.

Pero la avaricia del convento
                                tiene un cuerpo que ondula y serpentea
se viste de sentencias
como un eco
como la campana de la iglesia, repite:
-El infierno tiene el color de los duraznos.
Saco la lengua, la paso por mis manos
por la comisura de la boca y pienso:
                                         Dulce sabor tiene el pecado.



               





XV


LA CORRENTADA 


En el margen, me siento a salvo.
La correntada pasa por la calle  y lleva
hojas, ramas, insectos  muertos.

Las orillas se desgranan
                                como se desangra el tiempo.

En medio del rumor
Salobre, amarronada, la tormenta
             ha vuelto turbia
                           el agua clara.



                         








     

XVI


QUIENES SOMOS


Fuimos con mi madre al monte
a buscar tomillo, para  perfumar el mate.

La tierra nos concede  hierbas olorosas.

Un té de poleo para reconciliarse con la vida
                                                       en  la mañana.
Y en la casa
en la penumbra fresca de las tapias
crece la yerbabuena y la menta para alegrar la tarde.

Es la tierra, que hechizada en el verde de las hierbas
                                                    vuelve a nosotras
y en su sabor amargo, en su  perfume
                                           nos recuerda quiénes somos.


         
XVII


UNA  VELA ME ALUMBRA


Una  vela me alumbra
y traza signos ilegibles en la noche.

Su luz cubre mi cuerpo
                 juega en mi almohada.
Su luz.
Su mortecina luz.
Su escasa luz.
Su pobreza, tenue
me alumbra y sin embargo
las sombras juegan en el cuarto
                         y me dan miedo.

Pero la luna
baja, sigilosa
y duerme en mi cama como un gato.
                     



   





XVIII


CARIDAD


Las damas de caridad
llegaron con sus atados de ropa
y sus cajas
y nosotras
en fila
mirándonos las manos.

Una blusa, una camisa para Juana
Un pulóver, un saco con agujeritos de polilla para Ester
Un osito sin ojos para Lucía
Un zapato con hebilla plateada para Inés

-¿Una muñeca para mí?

(Una muñeca bonita, blandita de trapo.
Una muñeca para dormir bien)

-No, no, un saquito de lana  para Elena
                                 un saquito de lana le vendrá bien.



       



XIX
                     

EL MONTE


Molles
algarrobos
chañares y talas
cactus  y jumes
verdolaga salada
jumecillo, jume blanco
vinagrillo
cachiyuyo
espinillo
quebracho  y  mistol.

Es  el monte
que ofrece, aleteos de pájaros
laberintos de luz
sobre la hierba fresca, estrellas que juegan
con mis pies descalzos.
A lo lejos, entre churquis
                         los cardales violetas.

Juego a ocultarme en el follaje
                         agreste y hechizada.
En esa plenitud
mi soledad, desnuda, se enriquece.



XX
       

UVITAS DEL CAMPO


El monte es hirsuto como mi pelo
pero en él los espinillos
se perfuman en pompones dorados
y mientras cruzo el sendero que lleva al corral
me regala, uvitas del campo
perlas traslúcidas
que  endulzan los labios.






















XXI
               

LA ABUELA


La abuela ha recogido el zapallo en la huerta.
Ha pelado los choclos.
Juego a desgranarlos como pepitas de oro.
Mezclo los granos y la leche tibia
y el cuenco sabroso del zapallo los guarda.
Y a la lumbre de las brasas
al rescoldo, mi madre los cuece.

Siento alegría de fiesta esta noche.

El aroma de los frutos de la tierra invade la casa
trepa por las paredes de adobe
baila entre las vigas de quebracho.
Chispas de estrellas en el fuego
 y la abuela, en la penumbra cuenta.
Cuenta y su palabra
                  es  pan entre las brasas.











XXII


AURORA

                                              A Doña  Aurora Oroná


Cuentan que mi madre nació con el alba.
Cuentan que su madre la envolvió en lienzos blancos
y la guardó como al pan recién horneado
en el canasto.
Cuentan que miró el horizonte y vio el amanecer.
Cuentan que estaba sola
que extenuada
reclinó su cuerpo
y la nombró:
            Aurora













Aurora
                    
           
XXIII
                   

HERIDA  


Dicen que los hombres te dejan seca y árida
ni tu familia te reconoce luego
ni las hojas vuelven a crecer por donde pasan
No ha visto m’hija
que hasta los pájaros se espantan en el monte
cuando hachan
y dejan la tierra herida y chata.















XXIV

LA FLOR DE ALGARROBO

                                    En mi lecho blando, en mi vientre de paloma.
                                                     Glauce Baldovín


Me regalaste una flor de algarrobo de engañoso perfume.
Me diste de comer el fruto amargo y su sabor oscuro penetró mi cuerpo.
Tu pelo, viento  rubio, enmudeció mi boca.
Tus ojos y mis párpados guardaron  la memoria
                                         en una membrana ciega
donde todo se olvida.

Pero  defendí, sin embargo, esa flor de algarrobo
                            en mi lecho blando
                                        en mi vientre de paloma.


             
XXV


TRAMA


Trama que tejo en el borde del alba.
Urgida de luz.
Ávida.
Acoplo el sueño en el hueco de la espalda.
Desdoblo el cordón y trenzo el límite.

Más allá de la muerte
inmortales primaveras celebran la cópula
en el oficio de la magia.
Allí donde sólo, el misterio de la carne y el alma.

Luna redonda y cargada.
Luna de agua.
Donde bebe el que duerme sueños del alba.
Donde está el calendario de la estirpe.
Donde el fruto cumple su ciclo.
Donde se teje la trama.
Más, más allá del festín que la convoca.
Más, más allá.
-Urdimbre de mujer que crea
en el vértice carnoso de la entraña-.

  




XXVI
         

MI  PECHO  NEGRO


¡Oh! mi niña
Demasiado débil mi brazo para protegerte
Demasiado escasa mi mano para tu boca.

Yo, mujer de nadie

¿Cómo podría alumbrar tu sueño?

Cómo no beber de mi pecho vacío
de mi pecho negro
                   tanta soledad.
















XXVII


CORDÓN


Desde el nacimiento, han pasado los días.
Húmedo de  lágrimas, el cordón no se seca.
Lo  cubrí con hojas  y una lluvia fina  de ceniza y azúcar.
He rezado el rosario, todos los misterios
y un ramito de flores he llevado a la iglesia.
Encendí las velas  que fabriqué con el sebo
pero pasaron los días y el cordón no se seca.

Llevé la niña al monte y hablé con los árboles
y marqué su piecito  en la corteza del molle.
Y la  herida suave y el  tatuaje en el tronco
                                    se secaron  de a poco.











                   
XXVIII


TODAS LAS PALABRAS


En la madera del telar
en su dureza
los hilos de la urdimbre se tensan.

Y yo, madre
con manos silenciosas
             dibujo para mi niña
en una trama suave
             todas las palabras
que no sé decir.


                       
XXIX


DESATÉ LA TRENZA


Recorrí los bordes prolijamente.
Detuve el corazón.
Trencé con los dedos cada diástole.
Hurgué hasta el fondo de la noche.
Hasta el último recodo.
Hasta el abismo.

Y desaté la trenza sobre el alba.




















XXX
              

AUSENCIA


Tejo la trenza
sobre el costado izquierdo de mi cuerpo
sobre el pecho.

La vida te ha llevado lejos, pero el fuego en el brasero
donde canta la pava para el mate
huele, como siempre, a tomillo y a poleo.

Y estas manos rigurosas, trenzan la ausencia.

Trenzan el silencio.

Se me enturbian los ojos de nostalgia
mientras tejo y destejo, la trama de mi pelo. 








             


XXXI


ESPINA


Cómo me duele la ausencia
                               espina
arañando la tarde.

Cómo me nace el sueño, bordándome  la blusa.

Y lloverá el silencio
                         y como una bruma el aire.
Un surco
   tu perfume, abierto en plena calle.


              
XXXII
         

ÁNGELUS


A la hora del ángelus.
Dios te salve…
La casa huele a ceniza.
Llena es
de ausencias y  vacío.
Gracias
te doy
por la leche tibia  que bebió
y esa lana suave para  su  manto
                 que urdieron  mis manos. 
¿El señor?
En mi corazón que sufre.
Es contigo
la soledad, la distancia, la pobreza.
Bendita tú  eres
luz de mis ojos, florecida
entre todas las mujeres

Y bendita eres
            mi niña
El fruto de mi vientre













Elena






                                            
  








XXXIII


LA DISTANCIA


Entre mi abuela y yo
se ha levantado un muro de silencios.
Es la distancia.
Es la vida -me ha dicho- es la pobreza.

La vi alejarse.

Era cada vez más pequeña
tan pequeña, sacudiendo su pañuelo humedecido
que pude tomarla entre mis manos
y guardarla en mi corazón.


          
XXXIV


ESPEJO


La ciudad es un lugar extraño
Los ruidos quiebran en astillas el silencio
La gente de la calle habita cuerpos sin rostros
Ahora
duermo en una cama de sábanas muy blancas.
blancas como alas de pájaros ausentes
pero me miro en el espejo de la sala
                            y no me reconozco.


                   
XXXV


TRINO FURTIVO


La luz primera de la tarde
Sostiene, a duras penas, la intemperie.

El ruido de motores
me confunde
me abruma
y escucho el eco fugaz de un  aleteo.

Cae plomizo el cielo.
Pierdo mi rostro entre la bruma.
Extravío el corazón entre los pasos.
                                 
Y me salva
el trino furtivo de aquel pájaro
que abre un espacio de sol
                             en mi ventana.


           
XXXVI


LÁGRIMAS


Hoy he recogido mis lágrimas
en un cántaro oscuro.
Las  guardé debajo de la cama.
Me lavé la cara
alisé el pelo
y puse en mi boca
              la mejor sonrisa.

He dejado ahogados
               en ese cántaro
                  los recuerdos.



XXXVII


VERGÜENZA


Mi madre tejió para mí
                      un vestido.
Lo tiñó con el marrón claro de la algarroba
y el verde de los pastos
y en cada uno de sus pliegues
hilvanó, su vergüenza de mujer sola.
Yo desaté los hilvanes y ovillé el hilo
y con esa lana áspera
áspera como mis manos 
tejí un manto de vergüenzas
      que me cubre los hombros
                                   y la espalda.


             
XXXVIII
             

PUNTO SOMBRA


He bordado la tarde en punto sombra.
El lucero, apenas, dibuja su sonrisa.                 
Llevo en el hilo un peso desmedido.

El ojo de la aguja, llora, oscuras amapolas.

Ojos de sombra perforan la nostalgia
y mi silueta
        puntada a puntada
lastima el percal.

Urdimbre de mujer que borda.

Desdoblo la tela, sobre el revés
       en el trazo de la sombra.

                            Descreo y creo.



XXXIX 
                  

TEJIDO   

         
Tejo en  la noche, urgida de sol
secretas desnudeces.
Punto por  punto
avanza elástica la trama, fiel al alba.
- Uno arriba y otro abajo -.
Enredados.
Punto por punto, gime la trama milenaria.
- Uno arriba y otro abajo -.
La noche que es mujer, teje.
A pesar del aire que rasguña la piel.
A pesar de la sombra.
La noche traspasa la aguja
por el ojo blando de la lana
y escucha:
- Uno arriba y otro abajo -.
Más allá del sonido
el aleteo.



XC


HE DEJADO EL AMOR PARA MÁS TARDE


He dejado el amor para más tarde
el tiempo es un tesoro que no me pertenece
La casa es una boca que absorbe.
Es un mar, inmenso y tumultuoso, que me ahoga
y no sé nadar.
Hundo las manos en el agua jabonosa
y relucen las sábanas, blancas, debajo de la espuma
y dibujo sueños en el agua.
Froto el corpiño, las enaguas, los encajes ajenos
la seda me adormece.
Un perfume a lavanda
un perfume a mar que no conozco
trepa por mis manos hasta la cara y la sonroja
desciende hasta el vientre vacío. El perfume
es una serpiente 
que anida, secreta, en mi cuerpo dormido.





       
                          


XCI


SILENCIOS
  

Cargo sobre la espalda
                    el silencio.
Agobiada
     de tanto.
Y sin embargo
mi boca
     deshojará palomas.



             
XCII


EL TIEMPO DEL AMOR


El tiempo del amor se ha ido
como el agua
como las hojas, se ha ido.
Como la escarcha y sus estrellas de hielo
ésas que pintaban de blanco los corrales
                                          con las cabritas dormidas
en aquellas madrugadas de la infancia.

El tiempo del amor, se ha ido como la bruma
que se eleva sobre la tierra caliente en el invierno.

Y ahora es invierno

Y cruje entre mis brazos la soledad
                                              y sin embargo
otras voces
voces de niños, tan ajenos
como aquellas cabritas de la infancia
                                        endulzan el silencio.




                         


XCIII
           

PALOMAS DE HARINA

                                                          Le doy forma y me creo Dios
                                                                  Glauce Baldovin     
                              
Mis manos  son palomas de harina cuando amasan.
Vuelan sobre la mesa, dibujan un nido
pongo allí los huevos, y la blancura
acuna el sol y la vida, como una moneda dorada.

Estiro la masa, hundo las manos en ella
      le doy forma y me creo Dios.
Un perfume a monte ahúma la tarde.
Un olorcito a pan
                invade la casa.
Entonces
como un  aroma suave, me consuela
                                              el olvido.



XCIV

                       
MANOS


Miro las manos memoriosas y en ellas
el trazo del tiempo 

La derecha  es un pájaro  cansado.
Entre  sus plumas lleva escrito todos los trabajos
las noches con sus sombras
y el agobio en el surco vacío de la mano.

La izquierda, es un pájaro que sueña
aletea en la línea infinita
y teje  al crochet, un laberinto de flores silvestres
con una aguja ciega.

Juntas, son dos alas que bailan. Buscan el sol.
Recogen el maíz, el mijo, las semillas.
Y cuando amanece
las gallinas, los benteveos y los gorriones
                                           comen de mis manos.










XCV


MILAGRO


Las dolencias han venido con el tiempo
y  el viento del otoño con su  aroma, trae a la memoria la Jarilla
el perfume milagroso de la hierba en la infancia 
y a la monja Dominga.
En el silencio de la siesta la recuerdo:
Curaba los dolores
Con  el agua hechizada de ternuras, aromada y bendecida
                                                                    con flores de jarilla.




















XCVI
             

BELLEZA
 

La belleza está escondida
en algún rincón de la casa y del paisaje.

Yo la he tomado prestada.

La envolví en un pañuelo y la perfumé
con hojitas de menta y flores de lavanda.
La guardé en un bolsillo de mi blusa
para llevarla conmigo
a donde quiera que vaya.



XCVII


PECES LUMINOSOS


La vejez me ha traído los dolores
y una transparencia de ojos,  y un andar cansino.

He ido perdiendo en el camino algunas cosas.

Pero la vejez me ha enriquecido de recuerdos.
Son pequeños  peces luminosos
que salvo
del impiadoso río del olvido.















XCVIII         
            

ALJIBE


En el fondo del pozo hay una niña  que me mira
tiene el cabello ensortijado y rojo.

Nos hemos hecho amigas.

Acerco la mano y toco sus dedos
desde el fondo del agua, me sonríe.







              



Para decir tu nombre



PARA DECIR TU NOMBRE
                                                                        
                                                                           Inventaron mi boca
                                                                          para decir tu nombre
                                                                                          Juan Gelman


Elena Oroná, mujer, madre sin hijos
de hijos muchos
Madre, de mi madre niña vieja.
¿Qué silencios  callaron tu boca
cuándo un surco, el dolor, abierto en el costado?
¿Qué alquimia tus manos, que convierten en oro la tristeza?
¿Quién te dio a beber de la pureza?







Aquí cierro este libro, en octubre del 2011
-a tus noventa años- 
que fue escrito para decir tu nombre.
Nombre de mujer y en tu nombre, todas las mujeres.

Nombro tu luz, y en tu sonrisa la alegría.
Boca flor nacida en el laborioso oficio de la vida.



LA VOZ DEL INTERIOR:  RESEÑA DEL LIBRO DE ELENA DE LEONOR MAUVECIN
Dos Homenajes se conjugan en este nuevo libro de Leonor Mauvecin : uno literario y otro personal .El literario lleva el nombre de Glauce Baldovín. En el epígrafe Leonor reconoce su deuda  "A glauce Baldovin y su libro de Lucía , que me reveló la poesía en el rostro amdo"
El personal se vincula precisamente con ese rostro amado que también tiene nombre Elena Oroná , la nana , la mujer que cuidó a Leonor  cuando esta era niña  y a quién ella reconoce  como ..."madre sin hijos de hijos muchos" 
Elena habla en el poema  a través de Leonor  y los poemas conforman una historia de vida, una biografía poética donde el sabor y el perfume de lo cotidiano de la vida de una niña que vivió su infancia en la tercera década del siglo 20 se van filtrando costumbres , rituales, labores y situaciones concretas de una edad perdida .
                                                               Carlos Schilling (diario La Voz del interior) 

Elena, Elena/me llaman los pájaros./Elena soy yo./Corro con mis pies descalzos/juego y un polvillo fino se levanta en el patio/Bailo en remolinos.

 Cristales que danzan./- Es la tierra seca/ que envuelve a la niña en un manto de nácar -.






                                                     





[1] Hijas del viento , decir popular para hijos sin padre reconocido
[2] Piquillín: arbusto  de flores amarillas y frutos pequeños y rojizos 

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